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Tuve el orgullo y el reto de enfrentar dos veces al que hoy es el jugador más caro de toda la Liga MX.
Más de 12 millones de dólares… y sí, me tocó marcarlo.
Lo presioné. Lo incomodé. Lo saqué de ritmo.
Y aunque lo digo con humildad, también con verdad:
no brilló.
En ambos partidos fue sustituido. No encontró cómo romper mi marca.
Pero hoy él está allá arriba.
Y yo… yo sigo desde abajo.
No por falta de talento.
No por falta de entrega.
Sino porque el camino, a veces, se rompe bajo tus pies.
Una lesión.
Dos cirugías.
Un año lejos de lo que más amo.
Y en ese silencio aprendí algo:
en el fútbol —como en la vida— no siempre gana el que más lo merece.
A veces gana el que tuvo suerte.
O contexto.
O un minuto más sin dolor.
Y sí… duele.
Pero también te despierta.
Porque cuando no te lo regalan,
te lo ganas.
Paso a paso.
Con hambre.
Con fuego.
Mientras algunos corren sobre alfombra,
otros aprendimos a avanzar descalzos, sobre piedras.
Y ahí, en esa lucha,
nacemos los que no nos rendimos.
Yo sigo.
Con los botines llenos de cicatrices.
Con la mente más fuerte.
Con el corazón más firme.
Porque si el camino no se abre,
yo lo abro.
Y para mí,
eso también es fútbol
Por Miguel García